Friday, July 13, 2012

Take Shelter (2011)

Maybe the real genius of Jeff Nichols, director of the absorbing, solid independent 2011 film Take Shelter, was in picking such a fine actor as Michael Shanon in the main role. He fits perfectly into the contemplative, enigmatic perspective of his movie. And in the meantime, Shannon provides it with a class and dignity that makes this humble parable even more resonant.

The plot is simple: a construction crewman starts having repeated nightmares where he and his family are threatened by a catastrophic storm. Even more scary, the dreams escalate in violence and soon he and his daughter get also attacked by his own dog, his friends and other townspeople in a sort of trance. The man is afraid to be losing his mind like his own mother, who was diagnosed with paranoid schizophrenia more or less at the same age. At the same time, though, the foreboding feeling gets so overwhelming that the man starts expanding a subterranean storm shelter to protect his family.

Maybe the resolution of this story does not match the growing expectations we develop throughout the film. The ending is kind of cryptic and, with some justice, some may find it unsatisfying. But if you are a real cinema lover, by then you are already sold. You are aware that you just watched a sample of first-class cinema, in an unpredictable, intelligent style that creates questions that remain with you long after the movie credits rolled up completely.

In the end, this is a movie about panic. Panic of something that is coming your way; panic of what your neighbor's real face will be; panic of this erratic weather; panic of this society that is hardly the same one in which we grew up. In these days of economic duress and growing political radicalism, fear is the trademark of the times. And Michael Shannon's character suggests that these fearful times we are living in, are pervading the deepest end of our minds. He might be right.


Wednesday, July 11, 2012

Ernest Borgnine, el temible

1917-2012


Cuando a Hollywood aún no se le ocurrían los Aliens ni los Freddy Krugger, Ernest Borgnine estaba ahí para infundirnos miedo. Con esa sonrisa maldita, su barba hirsuta a medio crecer, y esos ojos de lunático perverso, Borgnine se convirtió en un personaje de pesadilla con The Emperor of the North Pole (1973). A su lado, el mucho más alto, joven y fornido Lee Marvin parecía poco más que un muchachito valentón. La trama de la película es sólo creíble en el contexto de la Depresión americana, pero el drama que encarnaban ambos enemigos acérrimos es universal, sin fecha de expiración.

Cuando vi aquella película por primera vez yo era casi un chiquillo, pero todavía me estremezco recordando los martillazos con que el Emperador destrozaba el cráneo de sus víctimas mientras reía a carcajadas. Qué película. Pero Borgnine no se quedó nunca quieto, ni antes ni después de aquella cinta. Su listado de películas es imposiblemente largo. Y en su tiempo, probablemente muchos pensaron que no le quedaba mucho por hacer después de haber protagonizado Marty de 1955, una inusual cinta romántica de ambiente cuasi neorrealista, que demostró que este hombre-cocodrilo era capaz de una humanidad desgarradora.

Con esa dualidad imposible que lo caracterizaba, Ernest Borgnine se las arreglaba para estar siempre ocupado. Su carrera alternaba su lado maldito y el bondadoso con una facilidad impresionante. Encajaba perfecto entre los desalmados ladrones de The Wild Bunch (1969), pero ponía la nota compasiva en una cinta industrial como La aventura del Poseidón (1972).

No lo vi mucho últimamente, pero lo recuerdo manejando el taxi amarillo con el que recorría un Manhattan de pesadilla junto a Snake Plisken en Escape from New York (1981). Entre sus cintas más recientes, quizá su rol más sutil y entrañable – y casi desapercibido lo tuvo en Gattaca (1997), personificando nada menos que a un trabajador de limpieza en una base espacial. Un rol pequeño, lleno de generosidad y comprensión, y casi simbólico de una dedicación encarnizada a la carrera de actor. Ese era Borgnine. Amante desmedido de la actuación. Rara vez protagonista, pero siempre inolvidable.