Acabo de encontrar este artículo en mi computadora. No sé ya ni por qué lo escribí, pero me pareció gracioso. Es sobre los sofocos que provoca la vida en Miami, Florida. Ojalá lo encuentren divertido.
Por Jorge Luis Arboleda
A todos aquellos
que se quejan de los inconvenientes de vivir en Miami, yo tengo sólo una
respuesta: Miami siempre será Miami. Para los residentes de origen latino, la
ciudad tiene un saborcito muy nuestro. Y uno revive aquí las frustraciones y
delicias de la vida en el terruño. Pero para quien recién llega –y eso lo
recuerdo aún en carne propia– la ciudad mantiene al menos por un tiempo esa
aura mágica que lo tiñe todo de… bueno, magia.
Es curioso que
cada vez que uno conversa con latinos que viven en otras ciudades de Estados
Unidos, uno siente ese dejito de envidia que los corroe. Y saltan las
referencias al maravilloso clima de Miami, las hermosas playas de Miami, la
vida nocturna de Miami. En suma, la vida sabrosona, alegre y jacarandosa que se
refleja en los programas de la cadena Univisión. No saben los pobres que para
el habitante de Miami como el de cualquier otra ciudad estadounidense, lo más
probable es que esa vida llena de glamour se quede en el televisor.
En el verano,
cuando uno podría disfrutar de este único y esplendoroso clima, lo más probable
es que te estés deshidratando y muriéndote de sofocos, cuando no estás
aguantando los aguaceros o angustiándote por las tormentas tropicales o los
huracanes que “ya vienen, ya se acercan… ya doblan hacia aquí… no, no, se van
hacia el Atlántico.” Las mejores épocas,
el otoño y el invierno, donde los calores amainan y uno saborea un resquicio de
frescura, este año exageraron la nota friolenta, haciendo que muchos tuvieran que
arreglar las calefacciones de sus casas por primera vez y dormir con pijamitas
de franela y pantalón largo.
Pero bueno, no
seamos negativos, chico, vayámonos a la playa, ¿no? Claro, si aguantas los
atracones del tráfico y tomas tu Valium antes de salir, para que no te dé un infarto
cada vez que el conductor que viene detrás te asuste con su bocina si te
demoraste más de cinco segundos en acelerar después de la luz verde.
Bueno, eso es parte
del color local, digamos. Dejémonos de ser cascarrabias y vayamos a caminar por
Miami Beach y cenar algo en las mesitas aireadas de Ocean Drive. Supongamos que
después de dar una docena de vueltas por calles atiborradas de gente y tráfico
en busca de estacionamiento, usted logra hallar un huequito que parece de
ensueño – sin parquímetros ni letreros amenazadores – a diez cuadras del lugar.
Una pequeña caminadita entre lindas chicas en pantaloncitos cortos y la piel
bronceada no le hace daño a nadie. Y después de hallar un lugarcito acogedor, todo
va de lo más bien hasta la hora de pagar la cuenta y empieza el consabido
diálogo que no se en los shows de Univisión: Usted: “Un momentito, ¿no me dijo
usted que eran dos copas por 8 dólares?” El mesero con una sonrisita
imperturbable: “Por supuesto, pero eso si lo consume con el menú de 50 dólares
como le dije. Mire, aquí está bien explicadito, en la letra chiquita.”
Minutos después,
cuando ya te pasó la furia y luego de propinarle una pequeña rasguñadita al
alicaído “available balance” de tu tarjeta de crédito, vas en busca de tu automóvil
y no lo encuentras. Y entonces “pande el cúnico” como decía El Chavo del Ocho.
Hasta que alguien que se apiada de verte subir y bajar por la calle “hablando
en lenguas” y con cara de trance, te recomienda que mejor llames a información
en busca del depósito más cercano al que llevan a los vehículos por mal
estacionamiento. Ya te enterarás luego de que ahí no puedes pagar con tarjeta,
claro, sino con cash. Efectivo rabioso, que le llaman algunos. Por algo será.
Miami, 10 de Marzo del 2010
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