Tuesday, September 4, 2012

MIAMI NO ES APTO PARA CARDIACOS

Acabo de encontrar este artículo en mi computadora. No sé ya ni por qué lo escribí, pero me pareció gracioso. Es sobre los sofocos que provoca la vida en Miami, Florida. Ojalá lo encuentren divertido.



Por Jorge Luis Arboleda

A todos aquellos que se quejan de los inconvenientes de vivir en Miami, yo tengo sólo una respuesta: Miami siempre será Miami. Para los residentes de origen latino, la ciudad tiene un saborcito muy nuestro. Y uno revive aquí las frustraciones y delicias de la vida en el terruño. Pero para quien recién llega –y eso lo recuerdo aún en carne propia– la ciudad mantiene al menos por un tiempo esa aura mágica que lo tiñe todo de… bueno, magia. 

Es curioso que cada vez que uno conversa con latinos que viven en otras ciudades de Estados Unidos, uno siente ese dejito de envidia que los corroe. Y saltan las referencias al maravilloso clima de Miami, las hermosas playas de Miami, la vida nocturna de Miami. En suma, la vida sabrosona, alegre y jacarandosa que se refleja en los programas de la cadena Univisión. No saben los pobres que para el habitante de Miami como el de cualquier otra ciudad estadounidense, lo más probable es que esa vida llena de glamour se quede en el televisor.

En el verano, cuando uno podría disfrutar de este único y esplendoroso clima, lo más probable es que te estés deshidratando y muriéndote de sofocos, cuando no estás aguantando los aguaceros o angustiándote por las tormentas tropicales o los huracanes que “ya vienen, ya se acercan… ya doblan hacia aquí… no, no, se van hacia el Atlántico.”  Las mejores épocas, el otoño y el invierno, donde los calores amainan y uno saborea un resquicio de frescura, este año exageraron la nota friolenta, haciendo que muchos tuvieran que arreglar las calefacciones de sus casas por primera vez y dormir con pijamitas de franela y pantalón largo.

Pero bueno, no seamos negativos, chico, vayámonos a la playa, ¿no? Claro, si aguantas los atracones del tráfico y tomas tu Valium antes de salir, para que no te dé un infarto cada vez que el conductor que viene detrás te asuste con su bocina si te demoraste más de cinco segundos en acelerar después de la luz verde.

Bueno, eso es parte del color local, digamos. Dejémonos de ser cascarrabias y vayamos a caminar por Miami Beach y cenar algo en las mesitas aireadas de Ocean Drive. Supongamos que después de dar una docena de vueltas por calles atiborradas de gente y tráfico en busca de estacionamiento, usted logra hallar un huequito que parece de ensueño – sin parquímetros ni letreros amenazadores – a diez cuadras del lugar. Una pequeña caminadita entre lindas chicas en pantaloncitos cortos y la piel bronceada no le hace daño a nadie. Y después de hallar un lugarcito acogedor, todo va de lo más bien hasta la hora de pagar la cuenta y empieza el consabido diálogo que no se en los shows de Univisión: Usted: “Un momentito, ¿no me dijo usted que eran dos copas por 8 dólares?” El mesero con una sonrisita imperturbable: “Por supuesto, pero eso si lo consume con el menú de 50 dólares como le dije. Mire, aquí está bien explicadito, en la letra chiquita.”

Minutos después, cuando ya te pasó la furia y luego de propinarle una pequeña rasguñadita al alicaído “available balance” de tu tarjeta de crédito, vas en busca de tu automóvil y no lo encuentras. Y entonces “pande el cúnico” como decía El Chavo del Ocho. Hasta que alguien que se apiada de verte subir y bajar por la calle “hablando en lenguas” y con cara de trance, te recomienda que mejor llames a información en busca del depósito más cercano al que llevan a los vehículos por mal estacionamiento. Ya te enterarás luego de que ahí no puedes pagar con tarjeta, claro, sino con cash. Efectivo rabioso, que le llaman algunos. Por algo será.

Miami, 10 de Marzo del 2010

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