La cara oculta (The Hidden Face) es una coproducción hispano-colombiana
estrenada en el 2011 que ahora se halla disponible vía la suscripción digital
de Netflix en EEUU. Dirigida por el colombiano Andrés
Baiz con una sensibilidad más europea que americana, las cosas maduran aquí de
forma lenta pero contundente. La historia gira en torno a una pareja en la que un
joven director de orquesta español (Quim Gutiérrez) decide tomar un trabajo dirigiendo
la Filarmónica de Bogotá, hacia donde se muda con su chica (Clara Lago) para luego
alquilar una hermosa casa de campo que fue construida por una familia alemana emigrada.
La película comienza con el desconsolado novio viendo un video mensaje en el
que su chica le da la despedida diciéndole que jamás intente buscarla. Buscando
refugio en el licor, el director conoce a una guapa mesera (Martina García) con
quien poco a poco intenta olvidar a su ex-novia, entablando una intensa relación
física. La chica se muda a la casa pero siente que en ella hay una misteriosa presencia
que, por momentos, la hace sospechar que vive en una casa embrujada.
Bueno, ésta es sólo la mitad de la trama, y lo demás se desenvuelve como una segunda
película mucho más animada, en la que, con un nuevo punto de vista, revisitamos
lo que ya habíamos visto. Un giro inesperado y bienvenido que le da nueva vida
a un film que no parecía prometer demasiado. Aunque de
actuaciones solventes, quizá la producción debió tomarse más tiempo entrenando
a Quim Gutérrez para sus escenas al frente de la orquesta. Estas débiles escenas
atentan contra una credibilidad duramente trabajada por unos jóvenes actores en
roles que, en general, parecían demandar más años y experiencia a sus espaldas.
A condición de que no vea el tráiler, que de manera incomprensible estropea la sorpresa clave de la
película, la trama de La cara oculta logra
no sólo entretener, sino que nos hace reflexionar sobre los límites que los humanos
nos imponemos --o deberíamos imponernos-- para la ambición y la venganza.
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