Hacia
la mitad de Fury, una escena tironea la sensibilidad del espectador. El sargento apodado Wardaddy (Brad Pitt), líder
de la tripulación de un tanque americano combatiendo contra la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial, confronta a la
fuerza a un joven soldado, casi un adolescente, con la
necesidad de matar. O los matamos, o ellos nos matan, dice. Entre los sollozos
del joven (Logan Lerman), que se niega rotundamente a matar a otro ser humano, el sargento coloca un arma en sus manos y lo obliga a disparar en la espalda a un soldado
alemán recién capturado.
No es
un mensaje totalmente original para una cinta bélica: la deshumanización de los soldados en la guerra es, prácticamente, lo que se espera de ellos. Además, la escena es poco
creíble. Un muchachito sensible y delicado que llega hasta el territorio alemán en 1945 sin haberse
enfrentado de cara a la muerte y que llora desgarradoramente ante su superior y
sus compañeros de armas porque no quiere cargar con la culpa de una muerte, parece
demasiado. Pero David Ayer se sale con la suya en la escena, y al final todos
nos alineamos con el sargento y la necesidad de enfrentar la violencia con la violencia.
Entendemos además, el por qué de la lección. En la guerra, todo soldado
necesita de sus compañeros para sobrevivir. Y ellos necesitan de ti.
Aunque por partes predecible, Fury nos cuenta con éxito una
historia que debe haber sido una de tantas en la Segunda Guerra, en las que la
superioridad tecnológica de los alemanes obligaba a que el heroísmo resulte
casi un sobreentendido, y los camaradas de armas lo más cercano a la patria que
defendemos. “Este es el mejor trabajo que alguna vez haya tenido” dicen los
soldados que deben enfrentar una muerte casi segura, una especie de mantra cuya
nobleza se justifica por sí sola.
David
Ayer mezcla una variopinta troupe de personajes en su tanque, no todos capaces
de despertar simpatía. Pero la mezcla se siente totalmente real, y los
caracteres poco agradables nos recuerdan esos insoportables compañeros que
alguna vez tuvimos en la escuela. En este grupo, Michael Peña rinde como
todo un soldado, uno de los pocos personajes hispanos que hemos visto en cintas
de la Segunda Guerra – a pesar de que cientos de miles lucharon en ella –
y Shia LaBeouf nos sorprende totalmente metido en el rol, lejos
de los clichés habituales de sus éxitos de taquilla. Pero el oscuro personaje
de Jon Bernthal es quien se roba todas las casi odiosas escenas en que aparece.
Brad Pitt, siempre en la nota correcta, demuestra que ser una estrella no es
algo que dé por sentado si no que trabaja duro para seguir siéndolo.
Uno de
los placeres de las películas de guerra de estos tiempos reside en la
posibilidad de disfrutar de efectos especiales prácticamente invisibles. Un realismo
extremo que en Fury resulta desconcertante
cuando vemos lo anticuado que parece todo lo demás. Llena de buenos momentos aunque
a veces sin brújula, Fury no es la
gran denuncia de la guerra que algunos quieren ver, pero merece verse aun
cuando sólo sea por el buen espectáculo que ofrece.
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