John Wick es una cinta sin mucho que decir, pero que lo
dice de forma extraordinaria. La trama puede resumirse en unas cuantas líneas. Wick
es un asesino retirado (Keanu Reeves) que se halla en pleno duelo debido a la
muerte por enfermedad de su esposa, la mujer cuyo amor lo hizo retirarse del
negocio del crimen. Estando vulnerable y dolido, unos sanguinarios delincuentes
lo atacan brutalmente. Wick sobrevive pero averigua que el
atacante es el hijo de un mafioso que, años atrás, lo empleaba para liquidar
enemigos. El mafioso intenta apaciguarlo pero Wick no está para disculpas y el
conteo de muertos que sigue resulta interminable. Dirigida por el experimentado stunt man Chad Stahelski, las bellamente coreografiadas peleas de Gun-Fu (tiroteos y batallas marciales) son todo un deleite, y la música es trepidante e hipnótica. Una fotografía rica en
grises y contrastes, es el vehículo de unos encuadres precisos, llenos de una obsesiva atención al detalle. Sobre la trama no queda mucho que añadir,
salvo que, en ese mundo de violenta perfección, el círculo del crimen no tiene
nada de caótico y se rige por un férreo código. De quebrarlo se corre el riesgo
de ser expulsado, no sólo del club sino de este mundo. Pero ese es otro de los
deleites de John Wick: cuando la
muerte se hace presente, es hermoso verla llegar.
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